La cala, una planta de porte majestuoso
Las calas, también conocidas como lirios de agua, son plantas semiacuáticas de flores y hojas de gran tamaño
Las calas, o lirios de agua, son unas plantas vivaces y herbáceas de enormes y lustrosas hojas perennes (entre 60 y 120 cm de altura) de color verde oscuro.
Cada bulbo da forma a dos o tres flores cuyas espatas (órganos similares a los pétalos) rodean a un espádice o espiga floral carnosa, erecta y de color amarillo. Este conjunto tiene forma de tulipa acampanada. El color más característico de las espatas es el blanco, aunque hay calas amarillas, naranjas, rosas o violáceas.
La floración de los lirios de agua da comienzo a finales de primavera y se alarga durante los meses de verano. Con la llegada del otoño, las flores empiezan a marchitarse. Cuando esto ocurre, hay que retirar las espatas marchitas para favorecer una nueva floración.
Las calas emiten un suave y agradable aroma. Estas flores son muy apreciadas por su delicado aspecto y gran tamaño (pueden alcanzar un metro de altura) en la confección de ramos y centros florales. Si se colocan en un jarrón con agua, hay que cambiar esta a diario para prolongar el esplendor de la planta.
Cultivo y cuidados de las calas
Aunque soportan bien el sol, las calas se desarrollan mejor en zonas de sombra o semisombra, en terrenos húmedos y fértiles, pero bien drenados. Los llamados lirios de agua también sobreviven sin problemas en macetas en el interior de la vivienda. En este último caso, la falta de luz puede provocar una menor floración y un mayor desarrollo de las hojas.
A pesar de estar consideradas como plantas semiacuáticas, las calas no toleran bien la salinidad del agua. Si están sumergidas o plantadas en las riberas de ríos próximos al mar o en jardines costeros, hay que evitar que el terreno tenga un exceso de sal. El pH óptimo de la tierra es de 6,5.
Las calas progresan mejor en climas suaves y, aunque soportan bien el frío, no sucede lo mismo con las heladas. Para minimizar los rigores invernales, conviene colocar un acolchado grueso en la base de la planta. Cuando el termómetro se congela, el crecimiento de las calas se detiene y pierden sus inflorescencias. No obstante, cuando llegan los días más cálidos, recuperan de nuevo su esplendor.
Los riegos deben ser frecuentes durante la época de floración, pero llegado el otoño se deben espaciar. Es importante también que la tierra no se encharque, ya que un exceso de agua podría dañar los rizomas.
Respecto a la fertilización, basta con abonarlas cada 15 días durante los meses de floración. Los lirios de agua se multiplican por división del rizoma cada dos o tres años, en función del crecimiento de la planta.
Plagas y enfermedades
Imagen: Dave Shafer
El húmedo ambiente en el que crecen las calas propicia el desarrollo de distintas plagas y enfermedades. Entre los primeros figuran los caracoles, las babosas, los pulgones y la araña roja. Todos ellos causan deformaciones en hojas y flores.
En cuanto a las enfermedades, la más grave para los lirios de agua es la Erwinia carotovora. Esta bacteria provoca en la planta una podredumbre blanda y acuosa, y se propaga a tal velocidad, que puede llegar a destruir plantaciones enteras. Las plantas afectadas adquieren un tono amarillento que se extiende con rapidez por todo el follaje y lo marchita. Poco después se forman lesiones acuosas en el cuello de la planta, que provocan la caída de las hojas y la muerte del ejemplar. Para evitar que esto ocurra, hay que utilizar bulbos sanos y desinfectados, asegurar un buen drenaje del sustrato y arrancar los ejemplares enfermos, raíces incluidas.
Un exceso de humedad unido a un sustrato "enfermo" provoca la formación del hongo fitóftora. Este último causa a su vez la pudrición del bulbo y las raíces. Antes de que esto ocurra, la planta se empieza a marchitar y adquiere un tono amarillento, mientras que las flores no se abren o están deformadas.
Fuente: EROSKI CONSUMER
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